Si trato de imaginar quienes ocupan para mí el primer lugar en la estadística de los productores de melancolía pienso en Goethe, Proust, Kundera y Valente. Estos hombres usando una claridad casi geométrica dijeron que si sabemos orientar cada cosa hacia la eternidad habremos encontrado la fórmula para expresar con una sensibilidad poética toda la realidad metafísica.
Si tomamos un breve trozo de la realidad, un paisaje, un rostro, una figura, un sonido, unas palabras para simbolizar el resto del mundo podemos expresar grandes extensiones de él.
A los ojos del hombre sin fantasía las cosas se presentan escuetas, insignificantes, tal y como son, incapaces de representar otra cosa; la imaginación es la que eleva seres y objetos de la trivialidad que le es natural a una vida más noble: hace de ellos símbolos, formas representativas.
Nada hay tan baladí que que no pueda ser ennoblecido inyectándole el aroma y la esencia de una breve porción del universo. Cuando he amado o sufrido me han rodeado cosas modestas que a través del filtro de mi subjetividad han acabado unidas para siempre al recuerdo de mi placer o mi dolor.
Y así, al pasar los años, puedo llorar por una canción vieja y raída que escucho, por el recuerdo de un rostro cargado de belleza o viendo la titilación de la primera hoja que pone el árbol en primavera. Cada imagen o cada palabra poética es un almacén de emociones innumerables.
El placer sexual consiste en que unas glándulas se vacían súbitamente del humor segregado muy poco a poco; del mismo modo cuando una melodía, una imagen, una pincelada o un verso dejan caer de súbito sobre nuestra fantasía toda su carga de emociones sentimos un placentero momento estético y gritamos al bello instante que se detenga y nos sobreviva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario