sábado, 5 de septiembre de 2009

Si Dios te da limones, haz limonada

No me gusta especialmente la limonada, o bien me resulta demasiado dulce o bien me resulta demasiado ácida, no obstante no estoy aquí para hablar de una bebida refrescante sino de la "limonada existencial".
El dicho anglosajón nos insta a dejar nuestros lamentos y conformarnos con lo que nos ofrece nuestra realidad circunstante; ingenua de mí, los últimos meses de mi vida intenté seguir a rajatabla dicha máxima y aceptar mis circunstancias adecuando "mi yo" a éstas: el resultado ha sido totalmente decepcionante. Si bien por momentos agracedí a Dios los limones que me había dado, hoy por hoy me he recuperado de mi "enajenación mental transitoria" y soy capaz de recordar que no me gustan los limones porque pocos hay que no estén podridos.
El monstruo negro de la soledad y el sobreesfuerzo que conlleva el incorformismo existencial nos puede llevar por momentos a intentar ser alguien distinto de lo que somos, a adoptar hábitos sociales que despreciamos e incluso a renegar de nosotros mismos.
Mirando ahora con cierta perspectiva, con cierta distancia, me doy cuenta que estaré rodeada de limones pero no tengo porque beber limonada sólo porque tenga sed.

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