“Llegué a la oficina como cada día, pasé por su mesa y saludé educadamente ya que, tras un par de encuentros sexuales, nuestra relación se reducía a pura cortesía propia de compañeros de trabajo. Me llamó para decirme que tenía algo que devolverme, sacó un cinturón que creía mío, sonriendo afirmé no ser la dueña de dicho complemento y le recomendé tomar uvas pasas para la memoria”.
VIERNES 29 DE AGOSTO DE 2008
Hace más de un año que publiqué este pequeño texto, desde entonces hasta hoy han pasado muchas cosas entre mi amigo/compañero y yo, sin embargo, no puedo evitar sentirme igual de estúpida. Hay momentos que recuerdo con cariño porque sentí algo hermoso (aunque él no lo viviese conmigo), cuanto más le conocía más pensaba que además de fluidos corporales compartíamos cariño, complicidad, pasión irrefrenable…
Mi memoria ha registrado todos y cada uno de nuestros encuentros: el primer roce, la primera obscenidad que le dije y que me dijo, todas las pequeñas perversiones, la primera agresión verbal...
El doble modo en que la memoria de los dos reaccionó ante estos detalles contiene toda la diferencia que hay entre lo que sentíamos el uno por el otro, contiene la diferencia entre el amor y el no-amor.
Al emplear la palabra no-amor no quiero decir que tuviese una relación cínica conmigo ni que, como suele decirse, no reconociese en mí más que un objeto sexual: por el contrario, me apreciaba como amiga, estimaba mi carácter y mi inteligencia, estaba dispuesto a echarme una mano siempre que lo necesitase y valorabas que yo hiciese lo mismo. No fue sido él quien se comportó mal conmigo, la que se comportó mal fue su memoria que, por su cuenta y sin su intervención, me expulsó de la esfera del amor.
Parece como si existiera en el cerebro una región totalmente específica, que podría denominarse memoria poética y que registrara aquello que nos ha conmovido, encantado, que ha hecho hermosa nuestra vida. No creo que yo haya impreso en esa parte de su cerebro ni la más fugaz de las huellas. A veces he intentado llamar a la puerta de su memoria poética, pero siempre permanecía cerrada. En la memoria poética no había sitio para mí… sólo había sitio en la cama.
Creía que entre ambos existía una amistad ambigua que nos llevaba a sentir un profundo amor por el otro aunque siendo conscientes que aquello era algo distinto del enamoramiento, a dejar de vernos como amigos por momentos y a vernos desnudos en cuerpo y alma. No le culpo a él sino a mi “memoria poética” por percibir cosas que no existían, por interpretar los hechos subjetivamente, por querer creer que ese sentimiento no era unidireccional sino compartido, por no darme cuenta que siempre era él quien decidía mientras yo me entregaba incondicionalmente (“aquel que se te entrega herido y el que se te resiste intacto conviven con un sabio consejero ante quien permanecen sordos”.)
2 comentarios:
¿No pretenderás convertirme en un clásico? :-)
[Los cinturones los carga el diablo; porque sólo los diablos saben usarlos adecuadamente. ¡Ojo!]
Querido Fran:
En mi rutina lectora eres ya un clásico. Un abrazo infinito.
PD: El único cinturón del que quiero saber por ahora es el de castidad.
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