Individuo o sujeto, persona o ser humano, el hombre vive a largo de su vida —que, en principio, será tan prolongada como lo permita augurar el grado de desarrollo, de «civilización», que haya alcanzado la nación en la que le haya tocado nacer— inmerso en varios «mundos» (o fragmentos de la totalidad o de las totalidades a las que tenga acceso por el sistema educativo, religioso, cultural que eventualmente le rodee). Hay mundos imaginarios pero también reales que se excluyen entre sí; hay otros que son compatibles.
El mejor de los mundos posibles es quizá —y esta es una apreciación personal, aunque compartida con las mentes más lúcidas del momento presente, tanto de la ciencia «dura» como de las humanidades— el mundo que posibilita la apertura, tanto la de los individuos como la de los «mundos».
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